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Reyes y Agüero, artífices del éxito del Atlético en el Luis II de Mónaco
En el calor de una tarde noche de finales de agosto el caprichoso Morfeo empujaba al cronista al más dulce de los sueños. Cerré los ojos y vi campear al glorioso Atlético por el verde césped del Luis II de Mónaco. La fulgurante armadura rojiblanca de los caballeros andantes atléticos brillaba reluciente en los corazones de los 5.500 aficionados desplazados hasta el principado, en la ilusión de celebrar un mágico doblete europeo.
Cinco mil quinientos en Mónaco, y una legión en toda España. En mi Granada natal el cronista y sus dos pequeños hermanos (el segundo de la saga familiar es caso a parte, o dicho de otro modo, la excepción que confirma la regla), pegados junto al televisor viven el sueño de una gloria a veces tan cercana como lejana en la mayoría de las ocasiones. El 'Pupas' es mucho 'Pupas', pero ya va siendo hora de burlar al destino, hacer de la capa de la mediocridad un sayo y lanzarnos contra los molinos de viento que en esta tarde-noche de verano visten de azul y negro y 'parlan' en italiano.
Sueño que llegado el minuto 62 del encuentro el grito de la alegría brota de la garganta del cronista y de sus hermanos. GOOOOOOOOOOOOOOOL. Cuanta emoción en una palabra tan pequeña. La jugada fue magistral y el tanto de bella factura. Reyes combinaba con Agüero. El pequeño gran argentino se la vuelve a dejar al sevillano que llegando desde atrás supera a Maicon y también a Julio César con un disparo al primer palo. Las huestes rojiblancas galopaban hacia la victoria.
Sueño que llegado el minuto 83 del partido, encara Simao por la parte izquierda, se marcha de Lucio, la pone al centro del área y Agüero la empuja en el área pequeña. El Atlético vuelve a tocar el paraíso con la punta de su espada. Las lanzas señalan al cielo, clamando con voz potente a un Neptuno que resurge del océano con su poderoso tridente. Los escudos chocan entre sí estrepitosos en una melodía de metal dorado, del oro reservado a los campeones, mientras la dulce voz de mi mujer me felicita por la más que probable victoria.
Sueño que a un minuto del final un lamentable error del bueno de Raúl García puede abrir la puerta otra vez al desastre. Penalti en contra del Atlético. Aunque Milito la meta lo más probable es que el empate no sea posible por la falta de tiempo, pero cuando en frente está el Atlético todo es posible. Sin embargo, esta batalla tenía color rojiblanco. Los hados se habían confabulado contra un Inter que acaparaba premios y parabienes en las vísperas. Milito se acerca al esférico. Golpea la pelota pero un bravísimo De Gea la saca con su brazo derecho. La alegría lo llena todo. Ahora sí, ahora nada nos puede impedir que esta sea otra noche de euforia colchonera.
Sueño que el árbitro hace sonar las siete trompetas que hacen derribar el muro de Jericó. La batalla se ha ganado. Los hermanos se felicitan. Mi mujer me premia con su voz de terciopelo y Antonio López levanta al cielo monegasco un trofeo que hace más grande a este Atlético de titanes.
Despierto y me doy cuenta que aunque la vida es sueño y los sueños, sueños son, esta vez no se ha tratado del sueño de una noche de verano. Es cierto. Es verano y hace calor, pero el Atlético es el mejor equipo del Olimpo europeo. Ha sido algo más que el sueño de una noche de verano.