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Falcao, por tierra y aire

Rubén Uría / Eurosport

Hace 12 años por juan_luis_ruiz
Atlético de Madrid 4 – Sporting 0

El Tigre Imagen subida por: thetoffies

No es un pájaro, no es un avión, no es Supermán, es Radamel Falcao. En cierta ocasión, a Maradona le preguntaron por el olfato goleador de Martín Palermo, y El Pelusa zanjó la cuestión de una manera muy gráfica: "Palermo sale de casa, le da un beso a su mujer, cierra la puerta y se encuentra un gol". El tigre colombiano del Atlético bate, en dos pasos, la plusmarca de Palermo. Se ahorra el beso a su señora y también cerrar la puerta, porque este sale de casa y hace gol. Sus piernas no disponen de esa parábola infernal que poseía Diego Forlán, su tren inferior no entraña esa culebra en la cintura que tenía Agüero, su zurda no patea estacazos como Vieri, aquel nómada del gol que ponía "la gamba dura" y su diestra tampoco es aquel mortero de repetición que respondía al nombre de un atleta de Cristo llamado Baltazar. Pero Falcao, el producto de la factoría Mendes al que el Atlético se aferró como un náufrago a un madero, responde al prototipo ideal de esa especie en extinción del fútbol moderno, el delantero centro. Falcao tiene un don. Remata cochinillos, meteoritos, planetas y sandías. Y si le arrojaran una nevera desde el Fondo Sur, la remataría. Su pegada responde a una suerte de Tyson en versión cafetera. Su actitud, a la condición de Juan Valdés del área. No es un talentoso del uno contra uno y tampoco domina una visión periférica de las jugadas, pero resulta dinamita pura cuando se trata de perforar la portería contraria. Falcao es un híbrido que recuerda a dos armas de destrucción masiva que se ganaron esa reputación en los campos de fútbol de medio planeta. De cintura para arriba, Falcao es un clon mejorado de Iván Zamorano, aquel chileno que tenía muelles en las piernas y devastaba las porterías rivales con su poderío aéreo. De cintura para abajo, es una remasterización de Jimmy Floyd Hasselbaink, aquel moreno que se ganó el cariño de una afición que se rindió a su pegada, rindiéndole homenaje cada domingo, al ritmo del estribillo de "El Puente sobre el Río Kwai". El ex Porto es capaz de suspenderse una eternidad en el aire, de descargar un derechazo y de convencer al prójimo de que, con él ahí, un córner es un penalti. Toca tres y vacuna cuatro. Falcao es gol, por tierra y aire.
Sin embargo, este cometa Halley colombiano no es la mejor noticia que para la afición del Atlético. Lo mejor para un público que llevaba años mendigando algo de fútbol, es que el equipo se ha convencido de una propuesta más digna, más acorde con su historia (por fin), más vistosa y más atrevida. Este Atlético, juegue bien, mal o regular, sea primero, quinto o decimotercero, sea goleado por el Barça o sea capaz de imponerse a los de Guardiola, sí apuesta por ser protagonista en los partidos, por dominar la pelota, por llevar la iniciativa. Es posible que el enésimo proyecto acabe en costalazo, que los dirigentes vuelvan a desbaratar y vender a los buenos para pagar a los malos y puede que todo se vaya al garete con un par de malos resultados y un par de ataques de entrenador. Pero una mayoría de aficionados del Atlético, que no exigen ganar la Liga pero sí un fútbol acorde con el precio de su abono, por primera vez en muchos años, son felices. A generaciones enteras de atléticos, se les había olvidado que tratar bien al balón es tratar bien al espectador. El Atlético llevaba lustros ignorando que la gente paga por ver a un equipo grande. Y un equipo grande tiene la obligación de ganar y de gustar. Y en ello está este Atlético. No es poca cosa.

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