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Arsene Wenger
Las salidas de Cesc y Nasri obligaron a Arsene Wenger a pegar un volantazo en su filosofía futbolística y gestora del Arsenal. El club ?gunner? ya no es ese que apostaba por los jugadores formados en el equipo reserva, ni por un fútbol atractivo y que era ganador. ¿O quizá no ha sido nunca así?
Gastarse millones de euros en comprar jugadores a un paso de la profesionalidad no es apostar por la cantera. La formación se límita a poner sobre el césped jugadores tiernos con siempre fáciles excusas en caso de que las cosas salgan mal. Además, eso de que el Arsenal juega muy bien es relativo. ¿Qué significa jugar bien? Poner un planteamiento ofensivo y buen trato del balón sobre el césped o ganar. Sin duda, la segunda. Lo rpimero es intentar jugar bonito.
Apostaría a que la afición ?gunner? preferiría jugar muchísimo peor y haber levantado algún título, fuese el que fuese, en las últimas seis campañas.
La teoría de Wenger ha fracasado y sus últimos fichajes son la prueba que lo corrobora. La esperpéntica goleada encajada en Old Trafford abrió los ojos al manager francés? y tiró la casa por la ventana el último día para echar abajo todas las piedras edificadas durante años.
Mertesacker no es un central con buen trato de balón, Benayoun no es ningún jugador joven, André Santos cierra la puerta a un joven como Gibbs y Arteta no es Fábregas. Ni mejor ni peor. Es otro tipo de centrocampista. Su política de fichajes necesita reflexión? sobre todo siendo el quinto equipo del mundo que más ingresa.
Ahora, el Arsenal es una mezcla rara. Conviven los restos de proyectos ?wengerianos? como Djourou, Koscielny o Frimpong con otros que no son ni jovenes, ni canteranos como Van Persie y que curiosamente son los que dan la cara por el equipo. Sumido en la parte media ya ha dejado pasar la cabeza de la locomotora donde City, United y Chelsea pelearán el título. Wenger pegó un timonazo y su equipo navega ahora sin rumbo.